CRÓNICA DE UN PROCEDIMIENTO

 

Cuelgo un cuadro en la pared. Enseguida me olvido de que allí hay una pared.

Ya no sé lo que hay detrás de esa pared, ya no sé qué hay una pared,

ya no sé qué esa pared es una pared, ya no sé qué es eso de una pared.

 

Georges Perec, Especies de espacios

 

 

CRÓNICA DE UN PROCEDIMIENTO

 

Leandro Comba me entregó dos cuadernos con anotaciones sobre esta obra. No puedo comenzar este texto sin mencionar que nada de lo que aquí pueda esbozar podrá sustituir la experiencia tangible de sostenerlos, recorrerlos y pensarlos. Entonces, de algún modo, lo que sigue es un proceso de reescritura de esos cuadernos.

 Un edificio no es solo una construcción habitable, con estructura y función específicas, sino que también puede habitarnos en un sentido poético. En esa relación entre habitar y ser habitado se sitúa la obra de Leandro Comba. Él nos invita a repensar nuestra relación con el entorno, cuestionando la idea de la sala de exposiciones —del edificio de La Toma— como mera contenedora. Sueña que es un edificio porque no se limita a ocupar el espacio, sino que se dispone a ser ocupado por él. Trabaja tanto sobre la pared como con ella, proponiendo una prolongación indefinida del tiempo a través de una obra de sitio específico, con un proceso de duración preestablecida que se revela al público hoy, luego de diez días de iniciado.[1] 

El procedimiento que piensa aparece como un ejercicio de observación que luego da lugar a la acción. Dispone una serie de placas de madera de diversos tamaños, instaladas en distintos momentos y de diferentes formas sobre las paredes de la sala; testigos de un proceso donde variación y repetición dialogan constantemente con los elementos que lo configuran. 

Aplicar la primera mano de pintura sobre la pared y las placas, es el inicio de un ritual creativo que no demanda finalización, sino que se realiza en el acto de hacer.[2] Cada movimiento del artista es premeditado. Cada capa de color se convierte en un registro del tiempo dedicado a la contemplación del espacio que (en él) habita. Leandro actúa como un mediador entre los materiales y el entorno, revelando la esencia del lugar a través de su transformación, de lo mutable como posibilidad y búsqueda. 

La repetición del acto, el desplazamiento de las placas y la aplicación de sucesivas capas de pintura, sugieren que la historia del espacio puede contarse a través de sus superficies. La intervención se convierte en un palimpsesto que problematiza los vínculos entre capas que cuestionan su propia disociación. La obra no aspira a lograr algo acabado o completo, sino a “construir una estructura provisional, mutable, que comienza con un esbozo” y es capaz de continuar aun cuando el artista decida detenerse. Si el espectador decide dialogar con la obra, esta se ampliará o repetirá, en un procedimiento que tomará forma de instructivo.

 

Un archivo de tiempo 

El tiempo de la intervención no solo transcurre. Se sedimenta. Es, de algún modo, la cosa misma y su materialidad más sensible: una unidad con la que puede medirse la pintura, donde cada capa es una acumulación de comienzos y continuidades. Es una invitación a reflexionar sobre la experiencia de habitar el espacio, cuyo tiempo es duración[3] que no se reduce a una mera sucesión de instantes idénticos. Incluso, el artista estructura sesiones de música[4] como materialidad adicional que afecta, transforma y actualiza nuestra percepción del espacio. 

Comba transforma el entorno en un archivo de experiencias y decisiones. El devenir de su proceso de trabajo se convierte en un acto de meditación que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con el tiempo, el espacio y las continuidades.

 

El proceso es un espacio infinito 

Me detengo en una cita que aparece en una de las páginas de los cuadernos. Inmediatamente, sé que con ella voy a delinear algo que se asemeje a un final para este texto: “aprender a mirar los cuadros expuestos en las galerías de pintura como si fueran trozos de pared, de techo, y las paredes, los techos, como si fuesen lienzos”.[5]

Estas palabras dan sentido a la acción fundamental de esta obra. Leandro extiende su cuerpo en el espacio de La Toma durante un tiempo determinado, para luego, hoy precisamente, detenerse. No lo hace porque la obra finalice, “la paciencia de un artesano puede definirse como la suspensión temporal del deseo de finalizar”[6], sino para que continúe en quien quiera imaginar de qué modo y en qué tiempo podría prolongarse.

 

 

  

 

Pablo Silvestri

para Sueño que soy un edificio 

de Leandro Comba

Rosario, 3.10.24



[1] Aunque no sería del todo exacto decir que ese es un comienzo (algunas cosas que ocurren antes de ocurrir).

[2] Un hacer que acompañan Víctor y Hugo con sus manos cuidadosas y como materialidades constitutivas de este proyecto.

[3] Henri Bergson, Materia y memoria

[4] Sesiones Deep & Dark House, Ambient, por mencionar algunos estilos.

[5] Georges Perec, Un hombre que duerme

[6] Richard Sennett, El artesano.

 

  

Agradecimientos:

Diego Obligado galería de arte, Hugo García, Víctor Ramos, Andrea Ostera, Alicia Randazzo, Gerardo Zaccaro.