Tinta negra

Argentina cuenta con una vasta tradición artística vinculada al dibujo y a la escritura. Los llamados lenguajes artísticos —que desde hace ya algún tiempo diseminan cada vez más sus bordes— han encontrado distintos medios de realización en la poesía o el cuento y en el dibujo o la ilustración. A través de los años han establecido numerosos discursos estéticos, en los distintos contextos históricos de nuestro país, que constituyeron no sólo posibles retratos de épocas sino también un nuevo lenguaje —aquel al que Oscar Masotta llamaría literatura dibujada— que se convertiría en matriz conceptual de revistas y semanarios que promovieron diversos espacios de cuestionamiento y reflexión. El humor gráfico, sobre todo el político, ha sido desde sus inicios fundamentalmente crítico y se ha instaurado como una forma artística que ha puesto de relieve aspectos de nuestra vida social, política y cultural.


Un señalamiento histórico posible

 En distintos períodos históricos de nuestro país el arte ha sido utilizado como un vehículo eficaz para representar el mundo y sus alrededores. En estas temporalidades se han sedimentado diversos imaginarios sociales y culturales, cuyos tintes identitarios definieron cierta fisonomía nacional, incluso en tiempos de cancelación y censura. Las primeras ilustraciones documentadas se remontan a principios del siglo XIX y son aquellas entregadas por Litografía del Estado, compañía que produjo y puso en circulación una considerable cantidad de creaciones gráficas. Así es como las litografías de mujeres de la época con sus peinetones abrirían camino a los primeros matutinos dedicados al género como el suplemento Al Argos y, hacia finales de este mismo siglo, el semanario El Mosquito. En estas publicaciones aparecerían las primeras líneas caricaturescas con impacto real en grandes estratos de la sociedad.

Con el correr de las décadas, la actividad fue creciendo y aquellas representaciones de la sociedad encontraban formas expresivas no sólo en revistas como Caras y Caretas o Tía Vicenta, esta última fundada por el mítico Landrú, sino también en historietas como El Eternauta, de Solano López y Oesterherld, o en tiras como Mafalda, la entrañable obra de Quino, retrato de la típica familia de clase media argentina.

En la segunda mitad del siglo XX el género se había constituido objeto de estudio para teóricos como Oscar Masotta, quien llevaría adelante uno de los primeros intentos de relevamiento de la actividad en aquella Primera Bienal Internacional de la Historieta, realizada en el Instituto Di Tella. Este contexto y la innegable influencia ejercida por revistas como Boom, Hortensia y Mengano o Satiricón (cuyas tapas fueron objeto de censura a principios de los años setenta y de clausura con el comienzo de la dictadura militar) y Humor Registrado (que mantuvo un espíritu crítico también en tiempos de censura) han sido un vehículo propicio para la proliferación del género.

En la ciudad de Rosario, nuestro querido Roberto Fontanarrosa abrió camino a numerosas gestas de producción dibujística, manifiestas no sólo en los trabajos de Max Cachimba, Michele Siquot, Marlene Pohle, El Tomi, Flor Balestra o Chachi Verona, sino también en los trazos de nuevas generaciones representadas por María Luque, Flor Monza, Silvia Lenardón, Jazmín Varela o Pablo Boffelli, por mencionar solo algunas de las plumas y tintas de nuestro presente.


La actividad

TINTA NEGRA propone un espacio de encuentro con el que no solo se intenta dar cuenta de la extensa obra de nuestro más célebre humorista gráfico, sino que también se pretende señalar producciones realizadas por jóvenes artistas que promueven —desde nuestra contemporaneidad— planteos ampliatorios de un género que ha ido mutando con el devenir de nuestro tiempo. El advenimiento de la era digital y la caída de la producción y distribución masiva de medios impresos tradicionales han propiciado la aparición de editoriales y publicaciones independientes de tiradas más pequeñas y anómalas, mediatizadas de formas aún poco exploradas pero lo suficientemente potentes para dar lugar a todo un universo artístico que resignificó el género.

La muestra se compone de tres espacios nucleares, ubicados en el Espacio Cultural Universitario de nuestra Universidad Nacional de Rosario, a través de los cuales se articulará una lectura posible —seguramente insuficiente— de la producción artística nacional en torno a este género, en homenaje y diálogo con la maravillosa obra que nos ha legado nuestro querido Negro Fontanarrosa. 


Pablo Silvestri

Rosario, 2022