¿QUIÉN VIGILA A QUIEN?





























“El poder produce; produce realidad; produce ámbitos de objetos y rituales de verdad”. Michel Foucault.

Una de las obras que forman parte de esta muestra es un video de vigilancia de la actividad portuaria de la ciudad de Rosario. Alguien vigila. Otros son vigilados. Pienso —asociativamente— en los mecanismos sociales descriptos por Michel Foucault en Vigilar y castigar (1975) y, fundamentalmente, en esa “maquina maravillosa que, a partir de los deseos más diferentes, fabrica efectos homogéneos de poder” . Un año antes de editarse ese libro Francis Ford Coppola estrenaba su propia alegoría del poder con La Conversación (1974). Película en la que el director estadounidense detalla minuciosamente el perfil psicológico de Harry Caul (Gene Hackman), espía de profesión, que vigila por encargo. Paradójicamente —o no—, ese hombre mantiene su vida privada en absoluta reserva, teniendo especial cuidado en evitar ser observado en su propia intimidad (incluso tiene una novia que ni siquiera puede contactarlo). En el transcurso de la película este personaje se va relacionando con otros que lo introducen en una compleja trama de situaciones que lo pondrán paranoico —consecuencia de sentirse culpable por su actividad y, a la vez, constantemente vigilado—. Sobre el final Coppola introduce la idea de vigilancia continua, de sensación de estar o sentirse observado en todo momento sin poder constatar la presencia de quién vigila: el panóptico.

Es entonces cuando el vigilante se descubre él mismo vigilado.

David Berardo realiza dos operaciones esenciales. La primera es que toma un video de vigilancia de su lugar trabajo. Él sabe que está siendo vigilado —al menos alguna vez al día lo recuerda, por eso toma el video en primer lugar— pero, a la vez, forma parte de esa estructura de poder que vigila. Desplaza ese video de su lugar constitutivo para problematizar desde el arte, por supuesto, pero también para borrar la evidencia (una parte de ella) de esa dualidad. En la segunda operación el artista hace público (en todo lo público que pueda pensarse La Toma como espacio) su ritual de baño, de purificación, como si pretendiera “lavar” la memoria o la huella de esa estructura a la que pertenece. Como si la culpa —al igual que a Harry Caul— lo pusiera en ese lugar incomodo que supone pensarse observador y observado a la vez. Incomodo porque ya no estamos regidos por la verticalidad que propone la mirada centinela, sino por una realidad horizontal —e incluso colaborativa— que exacerba la idea y posibilidad de vigilar y ser vigilados y que nos encuentra, en nuestra contemporaneidad, habitando la torre a la vez que la celda.



Pablo Silvestri
Rosario, Junio 2016.

Para "Lavar" de David Berardo


(1)Foucault, Michel. “Vigilar y castigar”. Siglo XXI. Buenos Aires, 2006 (p.206).